R. Janibey (2013)
Era uno de esos
días en los que todo se ve del revés. Recuerdo el cielo cómo lloraba, y lo muy
empapada que venía de intentar consolarle. Me refugié en uno de esos bares con
nombre poco original, pero en los que te reciben más amigablemente que en
cualquier restaurante de renombre. Dejé el abrigo empapado en el colgador y me
senté en una de las mesas que daba a la ventana. Al poco tiempo se me acercó un
joven.
– ¿Qué va a tomar
hoy, señorita? – preguntó el camarero.
– Tomaré un – y en
vez de mirar la carta me dio por levantar la vista – café… – respondí
boquiabierta. Aquello que vi, juro por Zeus, no lo he visto nunca más en la
vida. Era una mujer trueno. Una señora mujer trueno, allí donde las haya: tenía
llena de reproches el alma, carencia de caricias en el pelo, noches enredadas
en la espalda.
Sentí pararse el
tiempo, aunque las manecillas de mi reloj siguieran avanzando. El camarero
había olvidado mi café y yo también. Había estado contemplando a esa mujer algo
más de cinco minutos, pero ya me parecía conocerla como me conozco a mí misma los
días de tormenta. Estaba desbordada, como un nubarrón de pensamientos a punto
de calarte los huesos, como un rayo devastador al que le da miedo ser su miedo
más temido.
No podía evitarlo,
era mirarla y ver cómo le llovía por dentro. Podía ver cómo iban goteando a
mares los desechos de palabras que tenía atragantadas en la memoria: “razones”,
“por qué” y otras ya ilegibles, que envenenarían a cualquiera capaz de sentir y padecer. No era cuestión de fijarse, es que a esa mujer era capaz de leerle las
entrañas sin mayor esfuerzo, y de contarle las telarañas que tenía entre las
costillas y el corazón.
No me había dado
cuenta hasta entonces, pero la mujer se había percatado de mi mirada indiscreta
y me había dedicado una larga sonrisa que me sacó de mis casillas: ¿cómo una
mujer trueno, tan deshilachada ella por dentro, era capaz de aguantar semejante
tormenta interior y seguir sonriendo? Lo que no sabía, y que sin
embargo aprendí con el tiempo, es que sólo otra persona de alma descosida es capaz de ver las tormentas de los demás.
Ahora el recuerdo
de su sonrisa se me contagia los días en los que me llueve dentro, porque gracias a ella entendí que todos estamos hechos de demonios, y que lo valiente no es aguantar, sino luchar hasta vencerlos, y vencernos a nosotros mismos por el camino.