Arriesgar la vida por un cuento de hadas

Imagen extraída del blog Cuentos de hadas (Lidia)
Somos humanos, tendemos a olvidar las mejores enseñanzas. No aplicamos la simple lógica que ganamos viendo películas Disney, donde el perdón bastaba para reconciliarse, donde el amor podía todas las barreras posibles. Por supuesto, y no podía ser de otra manera, también olvidamos que los malos siempre terminan perdiendo.

Esos cuentos, dicen, nos mantenían alejados de la realidad. Por ello está mal visto que una mujer hecha y derecha se pase las tardes delante de su preciado VHS rememorando los diálogos de cada una de las películas de príncipes y princesas que siempre tenían final feliz. Sigo pensando que se equivocan. Las películas Disney, al igual que los cuentos de hadas, nos muestran precisamente lo que nos falta.

Sus moralejas hacen, de la mentalidad individual, un edificio con buenos cimientos y una viga central, el cerebro, capaz de aguantar el edificio entero. Vivir de los cuentos no es tan malo, incluso creo que es digno de admiración. No me juzguéis, creo sinceramente que arriesgar la vida por un cuento de hadas es lo más sensato que puede salir del corazón de un humano por esa misma razón, porque sale del corazón.

Llamadme infantil, pero sin el Rey León nunca hubiera aprendido literatura (para quien no lo sepa, el Rey León está basado en la obra de Shakespeare: “Hamlet”); sin Tod y Toby, no hubiera aprendido que la diferencia de razas no hace de uno ‘el cazador’ y del otro ‘el cazado’; y sin Balto, no hubiera aprendido jamás a tener devoción por ayudar a los demás.

A estos ejemplos, les siguen infinitas historias como Aladdín, que me enseñó que pedir deseos debe ser algo concreto y limitado; la Sirenita, que me inculcó interés por otros mundos; Toy Story, que reafirmó el cariño especial que le tengo a cada uno de mis peluches; o incluso 101 Dálmatas, que aumentó mi afecto hacia los perros y me explicó que ellos son los más fieles amigos del hombre.

Como iba diciendo, el mundo de los cuentos es fantástico, no es real. Y por ello mismo deberíamos aprender de todas y cada una de esas historias: porque no importa el color de tu piel (Pocahontas), no importa si te pareces, o no, a la manada (Tarzán), y no tiene ningún tipo de importancia que tu aspecto se aleje de lo cotidiano, si tienes un corazón de oro (La Bella y la Bestia).

Y sí. Cuando forme una familia, mis hijos verán todas esas películas en VHS, aprenderán a valorar desde pequeños todo lo que esos cuentos aportan, y comprenderán, conforme se hagan mayores, lo que realmente querían explicar esas películas. No hay mejor moraleja que la de aprender sin ser conscientes, y la de ser conscientes de lo aprendido.

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