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Imagen extraída del blog Las flores de Camila (Camila Gutiérrez) |
Escribamos en las paredes del alma que no hace falta rezarle a la nada, que el todo está perdido allá, en nuestro interior, porque siempre nos sobran las malas ganas. Y es que a veces no entendemos que no podemos alcanzar más a la vida porque aún hay muchas cosas que no nos bastan. De no ser así, quizás tendríamos más de un sol en cada ventana, y al menos una sonrisa que adornara cada hora que pasa.
Y es que, por desgracia, seguimos pensando más en la superioridad humana que en la vida que se nos regala. Qué triste es vivir sin compartir el alma, qué triste es mirar y no ver más que nuestras propias pisadas. El mundo no estaba lleno de llamas, devolvámosle todas sus mañanas. Que por cada una que robamos, ella fue perdiendo su brillo y su gracia.
Deshagamos las palabras y creemos, con ellas, nuestras propias mañanas. Lejos de todo lo que el alba no alcanza. Y que de un baño de agua salada nazca, en la vida, la melodía exacta para revivir a las plantas, que no hay más ritmo que el del mundo que todavía nos guarda. No destruyamos la única cosa que en realidad nos ama: la naturaleza, la mayor de las madres, nos cuida a todos los que andamos, nadamos o volamos de rama en rama.
Revivamos la calma; devolvamos, con respeto, la última mirada. Embarguemos las armas y regalemos, a la luna, dulces sonatas, lágrimas de disculpa al cielo en cada estrofa mal afinada y, al acabar, un silencio que, al menos por una vez, no diga absolutamente nada. Así, en silencio, y lejos de la oscuridad que nos acapara, no habrá más ruido que el de un corazón de sangre renovada.