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Dicen que febrero pasa como pasan las hojas de los árboles: heladas, secas... frágiles; que cuando llega lo arrasa todo, el sol, el ruido; los quebranta con un toque de sarcasmo. Los días son más cortos y las noches, más largas. Parece que este mes nos marcó otra despedida, otro fracaso del que he aprendido a levantarme prematuramente; aunque al principio sentí frío, mucho frío sin ti. A decir verdad, aún sigo helada por ese maldito Febrero, por esa noche tan larga y tan silenciosa que rompimos hablando sin tapujos para que no quedaran más besos en el tintero. El remitente de todas mis cartas desapareció esa misma noche, junto con las lágrimas que cayeron, calladas y tímidas, en tu hombro. Recuerdo un abrazo inigualable, un fuerte fuego que me obligaba a no soltarte, y unos ojos, qué ojos, que no paraban de mirarme. Mírame ahora, me fui sin ti, y cuesta decir nada cuando se ha dicho tanto. Al igual que esa noche, sigo replanteándome muchas cosas, como por ejemplo el hecho de haberte tirado de la lengua para cerrar otro capítulo de mi vida, o el hecho de haberte besado tan poco, después de haberte besado tantas veces. Cuanto más lo pienso, más fuerza veo en mí; y más aprecio te tengo por haber estado a mi lado hasta el último momento. Quizás nos supo a poco, pero cabe la posibilidad que aún me eches de menos; yo, desde luego, sigo pensando en ti. Es lo que me queda de todo aquello, un Febrero digno de recuerdo, y el tiempo que acarreamos hasta la fecha. Y aun cuando te miro de reojo para que no te des cuenta, la noche se ríe de mí, y los besos de aquel tintero salen a buscarme para recordarme como tus manos supieron sanarme con tan solo una caricia.
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