Imagen extraída del blog Frases (Fernando de Cabo Landín) |
Solía preguntarme dónde quedaba el horizonte de mi mundo, dónde se encontraba el cielo; si ni si quiera podía contar estrellas en ese mar, azul oscuro, de lamentos escondidos tras cada milímetro de inmensidad. Solía preguntarme mucho... pero nadie, ni si quiera yo, podía responderme algo lo bastante lógico como para creérmelo del todo.
Cegada de impotencia, aniquilada por temerle al miedo y sentenciada por no quererme un poco más acepté que todas mis decisiones se desharían tarde o temprano. Decidí ser justa conmigo misma, y ya ves como han acabado las cosas: no soy ni justa, ni libre... tan solo pierdo el tiempo decidiendo cosas que tendré que volver a decidir más tarde. Asentí cuando me preguntaron si estaba dispuesta a dejar mi vida atrás como precio para llegar a tocar, con la yema de mis dedos, la felicidad que tanto busqué y, supuestamente, tenía delante. Asentí, pero se cerró el finiquito. Lo perdí todo aquella tarde: mi vida, mi pasado; y con ello no gané un futuro.
La felicidad no existía, tal y como yo llegué a pensar tiempo atrás; pero por tener fe, por querer pensar que estaba equivocada y que realmente sí existía, perdí mi dignidad, mis sueños y mis errores. Entonces comprendí que hay precios que no deben pagarse nunca, porque nuestros deseos pueden llegar a ser tan ambiciosos que terminan por destruirnos a nosotros mismos.
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